Opinión
Especial para NOVA

Sin temor al desengaño

Aún no se apagan los ecos del Mundial de Fútbol disputado en Qatar y los argentinos siguen dando rienda suelta a su alegría por el triunfo.
Asimismo, vuelve a la palestra la dicotomía entre esa amplísima y heterogénea masa que disfrutó a tope las incidencias del evento deportivo y cierta intelectualidad que sigue mirando desde la sospecha a este deporte.
Algunos lo consideran una versión moderna de aquellos espectáculos circenses que Roma ofrecía a sus ciudadanos en las arenas del Coliseo.
Correr, patear un balón, seguir en vilo su trayectoria, tal vez ha sido al rosario, a las estampitas de las vírgenes de Luján, Fátima, Lourdes, la Pilarica, Guadalupe, Nuestra Señora de Aparecida.

Por Alejandro Langape, corresponsal de NOVA en Cuba

Cuando aún no se apagan los ecos del Mundial de Fútbol disputado en Qatar y los argentinos siguen dando rienda suelta a su alegría por el triunfo, vuelve a la palestra la dicotomía entre esa amplísima y heterogénea masa que disfrutó a tope las incidencias del evento deportivo y cierta intelectualidad que sigue mirando desde la sospecha a este deporte, considerándolo una versión moderna de aquellos espectáculos circenses que Roma ofrecía a sus ciudadanos en las arenas del Coliseo.

Correr, patear un balón, seguir en vilo su trayectoria, tal vez ha sido al rosario, a las estampitas de las vírgenes de Luján, Fátima, Lourdes, la Pilarica, Guadalupe, Nuestra Señora de Aparecida. ¿Qué tiene el fútbol para imantar como ningún otro deporte? Porque ni siquiera esos intelectuales que lo consideran sucedáneo de opioides o cualquier otra de esas sustancias sicotrópicas que desatan la euforia, pueden soslayar que ningún otro torneo de selecciones de deporte alguno y probablemente muy pocos eventos socioculturales de impacto global generan tanto interés, comentarios y polémicas como una cita mundialista de fútbol masculino. ¿En qué radica el encanto del fútbol, su magia?

El dúo cubano Buenafése preguntaba “¿será que el béisbol se parece a la vida?” y no me parece desatinado transpolar esta pregunta al balompié, deporte que, en mi opinión y la de muchos, supera de largo a la invención gringa por ser mucho más simple de explicar y entender, por su dinamismo y capacidad de movilizar constantemente la atención del espectador. Preguntémonos entonces cuánto se parece el fútbol a la vida y hallaremos muchas respuestas, como la alegría y explosividad de la verdeamarelha, esa selección siempre favorita cuyos jugadores no dudaron en convertir en sambódromo las gramas cataríes para celebrar goles y triunfos, o la corrección exquisita de ese equipo japonés todo orden y disciplina dentro y fuera del campo.

Y es que cada selección de las llegadas a Qatar reflejaba buena parte de la idiosincrasia nacional, de los avatares de la historia reciente de sus países. Así, el sorprendente Marruecos que tuvo como base a jugadores no nacidos en suelo africano es un reflejo de ese constante flujo de emigrantes que desde África llega a la vieja Europa en busca de nuevas oportunidades, con sus historias de exclusiones, de lucha por salir adelante, de mantener su identidad o integrarse como ocurre con esa subcampeona Francia multicultural y multiétnica a la que algún xenófobo ha clasificado como otra selección africana.

La historia de los hermanos Williams, compitiendo el mayor por Ghana, la tierra de sus padres y el menor por España, el país que los acogiera, puede considerarse apenas la punta del enorme iceberg que surge detrás de historias como la reacción de los jugadores suizos de origen kosovar al marcarle a Serbia que nos habla de conflictos aún no resueltos, o ver a los japoneses rubios como una prueba de cuánto ha penetrado la cultura occidental en el imaginario del continente asiático.

Y así, podría citar un sinnúmero de situaciones desarrolladas en torno a Qatar 2022 que dicen al público más de las naciones protagonistas de la cita y de la condición humana que las más enjundiosas teorizaciones, la más extensa y brillante puesta en escena o la más delirante de las creaciones artísticas en cualquier campo.

¿Qué es ilusión? ¿Qué tras el penal marcado por Gonzalo Montiel, la copa alzada por Lionel Messi y la resaca vivida al pie del Obelisco de Buenos Aires todo seguirá más o menos igual en este mundo abocado a los enfrentamientos, las crisis económicas y los desmanes de algún que otro dictador? Pues probablemente lleven razón quienes así opinan.

Es cierto que el hecho de que Messi viviera su consagración definitiva tal vez no signifique nada en la vida de miles de personas, como también lo es que para otros millares tampoco tendrá la menor importancia que hayan existido Cervantes, Rubens, Da Vinci, Miguel Ángel, Mozart, Prokofiev José Martí o Meryl Streep. ¿Y será superior el que ignora a Messí, Mbappé, Cristiano y la sublime obscenidad del gesto del parapenales “Dibu” Martínez, que aquel chico descamisado que agita la chamarreta y grita "vamos, carajo", ajeno a los senderos que se bifurcan, famas y cronopios, Guernicas y arias de Puccini?

Creo que lo deja muy claro esa canción con ritmo de cumbia devenida himno de la hinchada albiceleste que desde la desnuda sencillez de su letra explica el impacto del fútbol como fenómeno social y cultural más allá de poses y melindres. Muchachos ahora nos volvimo a ilusionar nos dice el tema que, no podía ser menos, evoca las dos grandes pasiones de nuestro continente: volver, cual tango en la voz de Carlos Gardel, invitación al retorno, el creer de nuevo y la ilusión, vista desde esa acepción wikipédica que la define, además, como: “Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo”.

Ahí está la clave para explicar la apoteosis que vivió Argentina, las razones por las que miles de hombres y mujeres en Indonesia, Bangladesh, Canadá, Irlanda, España, Cuba y hasta la mismísima Antártida sufrieron, lloraron, gritaron, rieron y festejaron como propio el triunfo, la ilusión de que esta victoria también les pertenecía.

Y es que el gran Hollywood en el que tal vez ya ronde la idea de llevar al celuloide las emociones de la gesta finalista entre argentinos y franchutes, una y otra vez ha demostrado a esa intelectualidad desconfiada de aquello que hace las delicias del populacho que de ilusión también se vive y, mucho ojo, sin morir del desengaño.

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